24 may 2008

Hablaba y hablaba...



Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
FIN

Max Aub

Una bella película- Apollinaire

¿Sobre qué conciencia no pesa un crimen? -preguntó el barón d'Ormesan-. Por mi parte, ya no me tomo la molestia de contarlos. He cometido algunos que me produjeron dinero, y si hoy no soy millonario, debo culpar más bien a mis apetitos que a mis escrúpulos.
En 1901, en unión de unos amigos, fundé la Compañía Internacional Cinematographic, a la que para abreviar llamamos C.I.C. Nuestro propósito era producir una película de gran interés y pasarla luego en los cinematógrafos de las principales ciudades de Europa y América. Nuestro programa estaba bien trazado. Gracias a la indiscreción de uno de los domésticos, pudimos obtener una escena interesantísima que representaba al presidente de la República, en momentos en que se levantaba de la cama. Siguiendo idéntico procedimiento, también logramos la filmación del nacimiento del príncipe de Albania. En otra oportunidad, después de comprar a precio de oro la complicidad de algunos funcionarios del Sultán, pudimos fijar para siempre la impresionante tragedia del gran visir MalekPacha, quien, después de los desgarradores adioses a sus esposas e hijos, bebió, por orden de su amo y señor, el funesto café en la terraza de su residencia de Pera.



Sólo nos faltaba la representación de un crimen. Pero, desdichadamente, no es fácil conocer con anticipación la hora de un atraco y es muy raro que los criminales actúen abiertamente.
Desesperando de lograr por medios lícitos el espectáculo de un atentado, decidimos organizarlo por nuestra cuenta en una casa que alquilamos en Auteuil a esos efectos. Primeramente habíamos pensado contratar actores para un simulacro de ese crimen que nos faltaba, pero, aparte de que con ello hubiésemos engañado a nuestros futuros espectadores al ofrecerles escenas falsas, habituados como estábamos a no cinematografiar más que la realidad, no podíamos satisfacernos con un simple juego teatral por perfecto que fuera. Llegamos así a la conclusión de echar suerte, para establecer quién de entre nosotros debía juramentarse y cometer el crimen que nuestra cámara registraría. Mas ésta fue una perspectiva ingrata para todos. Después de todo, éramos una sociedad constituida por personas de bien y nadie tomaba a broma eso de perder el honor ni aun por fines comerciales.



Una noche decidimos emboscarnos en la esquina de una calle desierta, muy cerca de la villa que alquiláramos. Éramos seis y todos íbamos armados con revólveres. Pasó una pareja: un hombre y una mujer jóvenes, cuya elegancia muy rebuscada nos pareció a propósito para acondicionar los elementos más interesantes de un crimen pasional. Silenciosos, nos abalanzamos sobre la pareja y amordazándolos los condujimos a la casa. Allí los dejamos bajo el cuidado de uno de nuestro grupo, volviendo a nuestra posición. Un señor de patillas blancas vestido con traje de noche apareció en la calle; salimos a su encuentro y lo arrastramos a la casa a pesar de su resistencia. El brillo de nuestros revólveres dio razón de su coraje y de sus gritos.


Nuestro fotógrafo preparó su cámara, iluminó la sala convenientemente y se aprestó a registrar el crimen. Cuatro de los nuestros se colocaron al lado del fotógrafo apuntando con las armas a los cautivos.
La joven pareja estaba todavía desvanecida. Los desvestí con atenciones conmovedoras: despojé a la muchacha de la falda y el corsé, dejando al joven en mangas de camisa. Dirigiéndome al señor de esmoquin, le dije:
-Señor: ni mis amigos ni yo deseamos a usted ningún mal. Pero le exigimos, bajo pena de muerte, que asesine, con este puñal que arrojo a sus pies, a este hombre y a esta mujer. Ante todo, usted tratará de que vuelvan de su desmayo; tenga cuidado que no lo estrangulen. Como están desarmados, no cabe la menor duda de que usted logrará su propósito.
-Señor -repuso cortésmente el futuro asesino- no tengo más remedio que ceder ante la violencia. Usted ha tomado todas las resoluciones y no deseo en lo más mínimo modificar una decisión cuyo motivo no se me aparece claramente; voy a pedirle una gracia, sólo una: permítame cubrirme el rostro.
Nos consultamos y resolvimos que era mejor así, tanto para él como para nosotros. Coloqué sobre la cara del hombre un pañuelo en el que previamente habíamos abierto dos orificios en el lugar de los ojos, y el individuo comenzó su tarea.
Golpeó al joven en las manos. Nuestro aparato fotográfico empezó a funcionar, registrando esta lúgubre escena. Con el puñal dio unos puntazos en el brazo de su víctima. Ésta se puso rápidamente de pie, saltando, con una fuerza duplicada por el espanto, sobre la espalda de su agresor. La muchacha volvió en sí de su desvanecimiento y acudió en socorro de su amigo. Fue la primera en caer, herida en el corazón. Luego la escena se concentró en el joven, que se abatió de una herida en la garganta. El asesino hizo las cosas bien. El pañuelo que cubría su rostro no se había movido durante la lucha, y lo conservó puesto todo el tiempo que la cámara funcionó.



-¿Están ustedes conformes? -nos preguntó-. ¿Puedo ahora arreglarme un poco?
Lo felicitamos por su labor. Se lavó las manos, se peinó, cepillándose luego el traje. Inmediatamente, la cámara se detuvo.



FIN




Guillaume Apollinaire

21 may 2008

ARTE

Entrada homónima a la obra de teatro con el mismo argumento. Es un hecho real.


Centro Pompidou. París. Agosto 2007

-Mmm………….
mmm………….
mmm………….
“Nos vamos a hacer cola a la Torre Eiffel?”
-“Vale…”
Gracias Bere.

18 may 2008

Vamos a las Vegas?



Las Vegas eran unos recreativos que estaban en Asturias.

Con lo que llovía en verano, en esos tiempos en que llovía en verano en el norte, casi vivíamos allí. Era el año 1995. Al cargo de este lugar, un pseudoantro (no llegaba a la categoría de antro entero) estaba un señor con ojos pequeños y gafas, con pinta de haber sido rockero de joven, llamado Minuto. Te ríes al principio, pero luego le llamas Minu con toda naturalidad. Estaba empeñado de que yo de mayor sería cantante de un grupo heavy. Hoy en día cuando me lo cruzo por el puerto me lo recuerda riéndose.


Le traíamos frito pidiéndo Nirvana , Offspring, Metallica... pero siempre era amable, y nunca nos gritó. Ni aún cuando cogí un "permanent" y fuí pintando muñecos en las pantallas de las máquinas de videojuegos una tras otra, y Minuto detrás de mí con un limpiacristales. Entonces me planteaba por qué no me hizo tragar el rotulador, o por qué no me detuvo, pero ahora, sé que no lo hizo porque éramos su única distracción. Y es que en el fondo le adorábamos. Fue el único que nos hubiera permitido subirnos cuatro a un helicópteco de niños, pagando un duro, y subirnos significa subirnos a la hélice, al morro, etc.


En los recreativos, nos pasábamos las horas jugando a la máquina de los Simpsons, al billar, pero sobre todo, por encima de todas las cosas, al futbolín. No de estos que hay por Madrid, sino de los que tienen tres defensas, el campo está curvo y los jugadores tienen dos pies, con los que retener la bola y "atrastrar". Y no, no jugaba con rosca :P. Años más tarde amigos de mi hermana se negarían a jugar conmigo para no perder contra una enana. (Enana que luego llamarían armario de tres cuerpos, ya que tenía más fuerza en los brazos que ellos por remar)


Allí, en los bancos de madera y en la pared al lado de las ventanas verdes, pintadas calaveras, los chicos que te gustaban, buf, creo que cada rincón de ese sitio era un pedazo de mi pasado, deprimente si lo observo ahora, pero también muy divertido.


Ahora alguno de esos chicos hasta hace planes de boda, incluso alguno parece un señor por la calle, Minuto tiene el pelo blanco y sólo le veo ya cuando va cerca del faro a pescar. Las Vegas son ahora un edificio de pisos. Y yo... a veces quiero ser esa gamberra que pintaba todo. Quiero estar con sudadera y chanclas con la toalla al hombro esperando a que deje de llover para ir a la playa, mientras le mangamos algún chupachups, llamados "porras" allí, porque claro, madrileña, también hay Kojac, y otras marcas...





Monumento a Peter Gulley, australiano que introdujo el surf en Tapia de Casariego (Asturias)

http://www.youtube.com/watch?v=_jnQ73w9giY