11 may 2006

Baudelaire...

Tú que, como una cuchillada,
Has entrado en mi corazón quejumbroso;
Tú que, como una manada
De demonios, enloquecida y adornada, viniste,
De mi espíritu humillado
A hacer tu lecho y tu dominio;
Infame a quien estoy ligado
Como el forzado a la cadena,
Como al juego el jugador empedernido,
Como el borracho a la botella,
Como a los gusanos la carroña,
¡Maldita, maldita seas!.

He rogado a la rápida espada
Que conquiste mi libertad,
Y he dicho al pérfido veneno
Que socorra mi cobardía.
¡Ay! El veneno y la espada
Me han desdeñado y me han dicho:
No eres digno de que te liberen
De tu maldita esclavitud,
¡Imbécil! si de su imperio
Nuestros esfuerzos te libraran,
¡Tus besos resucitarían
El cadáver de tu vampiro!.





A mi lado el demonio acecha en tentaciones,
Como un aire impalpable lo intuyo en torno a mí.
Lo respiro y lo siento quemando mis pulmones
Y de un deseo eterno y culpable llenarlos.

Toma a veces la forma, sabiendo que amo el arte,
De la más seductora de todas las mujeres,
Y tomando el pretexto de quitarme las penas,
Acostumbra mis labios a nefandos placeres.

Cada vez más, me aleja de la dulce mirada
De Dios, dejando mi alma jadeante, fatigada
En medio de las negras llanuras del hastío.

Y pone ante mis ojos, llenos de confusiones,
Heridas entreabiertas, espantosas visiones...
La destrucción invade este corazón mío.