2 ene 2008

El camino

Pero a Daniel, el Mochuelo, le bullían muchas dudas en la cabeza a este respecto. Él creía saber cuanto puede saber un hombre. Leía de corrido, escribía para entenderse y conocía y sabía aplicar las cuatro reglas. Bien mirado, pocas cosas más cabían en un cerebro normalmente desarrollado. No obstante, en la ciudad, los estudios de Bachillerato constaban, según decían, de siete años y, después los estudios superiores, en la Universidad, de otros tantos años, por lo menos. ¿Podría existir algo en el mundo cuyo conocimiento exigiera catorce años de esfuerzo, tres más de los que ahora contaba Daniel? Seguramente, en la ciudad se pierde mucho el tiempo -pensaba el Mochuelo- y, a fin de cuentas, habrá quién, al cabo de catorce años de estudio no acierte a distinguir un rendajo de un jilguero o una boñiga de un cagajón. La vida era así de rara, absurda y caprichosa.

Miguel Delibes

3 comentarios:

interpreta-sones dijo...

a veces uno se siente con la mierda al cuello (boñiga o cagajón) y es fundamental nadar oportunamente para no acabar engullido. deberíamos aprender a nadar bien temprano, para que luego no nos pille la mierda por sorpresa. anyway. a partir de ahora quiero un año limpio eh!! luminoso. sin amarguras.

Calamidad Ambigua dijo...

frotaré hasta dejarlo pulcro... xD

Anónimo dijo...

Has de levantar la cabeza muy alto para atisbar lo que asoma tras siete años más siete de estudios. Tanto, que cuando finalmente han concluido, lo que ves son las arrugas de los ojos en un espejo.

Con todo el cariño del mundo, te deseo feliz año, Dafne.